Cuando dije que en esta década The Libertines era la banda que había logrado que recuperara la fe en el rock and roll, no estaba siendo 100% acertado. La famosa canción de The Walkmen también tuvo mucho que ver, no necesitaron de una carrera musical ni mucho menos de un disco, una canción con nombre y sin apellido fue suficiente, The Rat.
Recuerdo que a The Walkmen lo conocí gracias a un programa de la radio británica que solía escuchar cuando el ancho de banda me lo permitía, el show de Steve Lamacq en BBC 6 Music.
Pero lo impresionante no fue sólo la canción, que por su crudeza es un buen ejemplo de cómo hacer una canción rock. Lo mejor es el video, que por aquellos días lo descargué usando mIRC, una sucesión de imágenes que muestran a una banda en su más primitivo estado, unas sombras que dibujan las siluetas de unos personajes que sin ningún tipo de pretensión rasgan sus instrumentos con la más carnal de las violencias, un baterista que pareciera tuviera la última oportunidad sobre la tierra de estrellar las baquetas contra las templadas membranas de su instrumento, unas cuerdas de bajo que parecen hubiesen sido acomodadas por el más salvaje de todos los punketos, y la voz, un flujo continuo de sonidos que parecen salir del punto más escondido del epigastrio. Es el rock reducido a su más mínima expresión, que en términos roqueros quiere decir su máxima plenitud. The Rat tiene que estar entre los mejores momentos de la década. De eso no hay duda.
Recuerdo que a The Walkmen lo conocí gracias a un programa de la radio británica que solía escuchar cuando el ancho de banda me lo permitía, el show de Steve Lamacq en BBC 6 Music.
Pero lo impresionante no fue sólo la canción, que por su crudeza es un buen ejemplo de cómo hacer una canción rock. Lo mejor es el video, que por aquellos días lo descargué usando mIRC, una sucesión de imágenes que muestran a una banda en su más primitivo estado, unas sombras que dibujan las siluetas de unos personajes que sin ningún tipo de pretensión rasgan sus instrumentos con la más carnal de las violencias, un baterista que pareciera tuviera la última oportunidad sobre la tierra de estrellar las baquetas contra las templadas membranas de su instrumento, unas cuerdas de bajo que parecen hubiesen sido acomodadas por el más salvaje de todos los punketos, y la voz, un flujo continuo de sonidos que parecen salir del punto más escondido del epigastrio. Es el rock reducido a su más mínima expresión, que en términos roqueros quiere decir su máxima plenitud. The Rat tiene que estar entre los mejores momentos de la década. De eso no hay duda.
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